En 1946 fue construida la plaza del 12 de Octubre por la Empresa Distrital de Servicios Públicos (EDIS). Las paredes eran de lata y se alzaban sobre suelos rústicos y de tierra sedimentada. Cuentan los comerciantes, muchos de ellos familiares de los fundadores, que viajaban desde otros departamentos para vender sus productos y que para pesar alimentos como papa, plátano o yuca, utilizaban una balanza rústica: colocaban el canasto con el mercado en un lado y los pesos en el otro.
En 1952, fue denominada “La Plaza del Norte” debido a que, al iniciar operaciones, la ciudad aún no se había expandido hacia la zona noroccidental. En 1996, fue cedida por la Empresa Distrital de Servicios Públicos (hoy Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos - UAESP) a la Procuraduría de Bienes del Distrito Capital.
La plaza, ubicada en el barrio que lleva su mismo nombre, en la localidad de Barrios Unidos, fue intervenida en 2019 por el Instituto para la Economía Social (IPES), la Cámara de Comercio y el Instituto Distrital de Turismo (IDT) con el objetivo de modernizar su infraestructura. Las acciones realizadas incluyeron mejoras físicas, fomento de la gobernanza, promoción de la participación comunitaria y formación en cultura empresarial, mercadeo y estrategias de comercialización para los comerciantes.
Las remodelaciones incluyeron la cubierta para mejorar la iluminación, cambio de pisos, cocinas y tuberías de servicios públicos, y se proporcionaron mobiliarios modernos para la organización de los productos.
Hoy en día, la Plaza del 12 de Octubre es reconocida por su diversidad de productos, que van desde pescados, lácteos y alimentos frescos hasta artesanías únicas. Entre sus grandes atractivos se encuentra la fritanga de Doña Segunda, considerada una de las mejores de Bogotá. Además, su oferta competitiva en precios y calidad atrae tanto a residentes locales como a turistas, fortaleciendo la economía de pequeños comerciantes y promoviendo el consumo de productos locales.
La plaza es un lugar donde convergen historias de vida de más de 100 comerciantes, entre ellos vendedores de frutas, artesanos, dueños de restaurantes y vendedores de cárnicos y lácteos. Muchos han trabajado allí por más de 20, 40 o incluso 60 años, y han sido testigos de la evolución del lugar.
Estos comerciantes esperan que la tradición continúe creciendo y que cada vez más personas visiten la plaza, disfruten de sus aromas, conozcan a su gente y reconozcan la calidad de los productos que la convierten en un verdadero patrimonio cultural y comercial de la ciudad.
